lunes, 25 de enero de 2010

LA CUESTA

Al pie de una empinada cuesta se dispuso a dar nombre a todo olvidado. De esta forma, pensó que la cuesta sería menos cuesta y que sería posible reconstruir la verdadera historia del poeta. Empezó por el olvido de la gabardina, y fue nombrar la gabardina y la gabardina abandonó de inmediato el olvido en el que se encontraba olvidada para presentarse rauda en la percha de la memoria. De esta mismo forma fue como recuperó para sí y los suyos el olvidado sonido del abrazo, que recobró de esta forma su nombre, trayendo consigo como daño colateral el espanto que supuso el olvido de algo tan básico. A renglón seguido nombró una por una las penas que fueron dadas al olvido debido a los efectos del alcohol, que si bien no eran tantas como la gente pensaba sí que le llevó un buen rato su enumeración. Los sueños olvidados fueron nombrados también, y en primer lugar nombró el sueño del hombre pájaro. La olvidada tierra, los corazones abalconados de los amigos que en su día fueron y antes de nombrarles no eran sino como las playas olvidadas, los tapices de certezas, las congojas heridas y solitarias que quizá por esta razón fueron olvidadas, la torpeza y hasta el fastidio de no recordar su nombre para de esta forma poder nombrarla y olvidar así que se olvidó de quererla, siendo éste olvido la forma más directa y estúpida que en su día encontró para lograr perderla. Por último, nombró también las olvidadas calcamonías que, pegadas a su piel, formaron también parte de él y parte de sus imperdonables olvidos. Y con ese bagaje, comenzó a subir la cuesta.

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