Aquél día llovió tanto que el agua parecía no haber comenzado
nunca, como si siempre hubiera estado allí. A modo de ruego, las lechuzas se
movían en angustiosas respiraciones ascendentes y descendentes suplicando así
que parara ese aguacero desbocado que parecía no tener fin. Y tuvo que ser así,
con la tierra casi ahogada, cuando pudieron ver salir el arco iris.
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