Concebía el hambre como una señal de
afecto. Pensaba que si su cuerpo no le quisiera, entonces no protestaría tanto y
se limitaría a dejarla morir sin tanta molestia y tanto dolor. De esta manera, Ashanti
permanecía arrumbada y pensativa tras las acicaladas tinieblas del hambre, y a
falta de alcaudón que anunciara ruidosamente la felicidad de la mañana, una
sinfonía de tripas mal avenidas amenizaba su despertar.
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