Una
tarde en la que el frío parecía azulado y la lluvia caía como escorada y herida
por las ráfagas de un viento inmisericorde, una tarde de perros en fin,
dormitaba nuestro héroe sobre el sofá, algo distraído y más despeinado que de
costumbre. Aun así, ni el duerme vela en el que se mecía, ni lo inclemente de
la tarde, ni su haraganería innata, le impedía hojear con calculado descuido la
publicidad de aquella clínica dental. Este folleto excitó su psiquis de modo
tal, que no paraba de darle vueltas en su pelota a la posibilidad de crear un
nuevo alfabeto que explicara ese mirar sin ver, ese silencio irreal que era
puro metal de prótesis y luz de luna, la nívea blancura de aquellos dientes
que, más que dientes, parecían brillantes escuadrones de mármol dispuestos a
triturar el tiempo y la vida, y que no podrían por menos que eyacular hermosas
palabras repletas de espuma y sal.
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