A pesar de su atracción innata por el abismo, de su propensión al
vacío, hacía todo lo posible por mantener un contacto cordial y razonable con
el mundo. Quizás por eso, de entre las muchas realidades posibles eligió la del
embeleso extraviado de la buganvilla, la de las cosas sin fin. Pero la tarea
distaba mucho de resultar llevadera. Hoy, sin ir más lejos, en el plúmbeo
silencio que reinaba en aquella madriguera de soledades y besos, sólo un
fragmento de aire le unía a la vida, cada vez más lejana, cada vez más esquiva.
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