La respiración de aquel cuerpo invisible, uno de esos entes que al
principio no se ven pero que algo te hace percibir que están ahí, no aportaba
información suficiente a propósito de su rostro felino y escurridizo. Tampoco
decía nada sobre la piel extremadamente sensible que lo recubría, de modo que
palidecía o se ruborizaba según las circunstancias, haciendo gala de una
inocencia natural difícil de encontrar en lupanares de tan baja estofa como
este donde, si nada lo impedía, iba hacer noche. De su corazón baste decir que su
existencia se presumía y que, como de costumbre, un nervio simpático le hacía
latir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario