Inmóvil como un mueble más de la casa, pensaba que el mundo es
como es. Y como resultó ser realista, nunca puso en duda que el tal mundo
seguía lleno, como siempre lo estuvo, de malandrines y hideputas, constatando al
tiempo que los caballeros andantes escaseaban por doquier, como si hubieran
sido abducidos en un agujero especialmente negro y profundo. De igual forma, la
soledad inmóvil y callosa en la que se encontraba le permitía pensar en el lío
algodonado de recuerdos en que se había convertido todo lo vivido, al tiempo
que podía recuperarse de todo lo no vivido, que era mucho. Lo más agotador era
pensar en el tropel de esfuerzos que se requería para ser feliz. Demoledor.
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