Consciente del papel que venía desempeñando en sus propios
desastres, se alarmó sobremanera al constatar en su pecho una ansiedad en modo
alguno prevista. Se trataba de un síntoma conocido e inequívoco, un indicio que
podía desembocar en otro episodio más en su longeva y nada decorosa carrera de
ataques de histeria. Algo desacostumbrado estaba ocurriendo y, más allá del
natural sobrecogimiento, se preparaba para lo peor.
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