Reblandecida
por la sangre y el agua, olvidó la piedra su función. Después vino la amnesia
de los días, la demencia del barro. Y con eso podría decirse que ya está todo
dicho, o si no todo, sí lo principal, de modo que lo que sigue debe entenderse
a modo de añadidura, como complemento más o menos coloristas a propósito de lo
primero, de lo substancial. Porque aditamento es decir, por ejemplo, que fue
por esa misma época en la que el cuervo de los tres ojos bajó y se dirigió a él
para dibujarle un nido en la frente; o que en otro lugar, no muy lejos de allí,
los vórtices de viento, los remolinos de espejo, predominaban en la llanura
convirtiendo los llantos, cualquier llanto, en obsoleto. En esas mismas
coordenadas espacio-temporales, quien más quien menos, pudo oír cómo el eco de
un grito iniciaba su travesía en post de un sol dudoso, y cómo un tiempo
mellado ya por los años bailaba sólo en la cocina al son de un cuchillo viejo y
oxidado. Por último, y a modo de ribete cuasi mágico, podría decirse que del
negro humo encandilado por el fósforo y la zozobra surgió un arcoíris de
labios. Todo eso podría decirse, aunque lo esencial, lo básico, estaba ya
dicho.
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