lunes, 20 de abril de 2009

CARGANTE

Y lloré. Y al llorar me ocurrió como ocurre a tanta y tanta gente en tantas y tantas cosas, que una vez que comienzas la faena, en este caso el llanto, ya no hay forma de parar. Así que lloré, y con las mismas seguí llorando, y lloré mucho, y debí llorar bien porque lo cierto es que logré, no sé como, cargar de lágrimas mis ojos como se cargan de agua las nubes del cielo, o como me cargo yo de años, es decir, sin otro esfuerzo aparente que el de lograr formar parte, sin fenecer, del simple transcurrir del tiempo. Y es que son muchas las veces que uno no sabe qué es lo que más le interesa hasta que no te das de narices con ello, de ahí que no resulté extraño lo que voy a decir: supe que me interesaba llorar porque, una vez iniciado el llanto, no encontré manera de pararlo. Y eso, sin duda alguna, es síntoma claro de interés. Y tanto lloré, tal fue mi insistencia en el llorar, que llegó a resultarme una carga molesta, incómoda y hasta cansina. Dicho de otra forma: me puse cargante con el llanto, al cargar con tanto llanto durante tanto tiempo, y el llanto se puso cargante conmigo, probablemente por la misma razón. He de confesarles que, mientras lloré, en ningún momento perdí la esperanza en dejar de llorar. Y para amarrar esa esperanza con clavos ardiendo, pensaba que, al igual que hay hombres que dejaron de buscar lo que estaban buscando porque ya no se acordaban en el momento de dejar de buscar qué demonios era lo que estaban buscando cuando comenzaron a buscar, así mismo me gustaría a mí que, por esas o parecidas razones, mis ojos dejaran de llorar, simplemente porque un buen día se hubieran olvidado de la causa de aquellos pesares de los que mi llanto no eran si no cruel expresión. La pena es que, hoy por hoy, la amnesia no me acompaña.

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