jueves, 9 de abril de 2009

VIDA DE PARED

La fiebre que produce los sueños mal curados me hicieron preguntar a la pared si escuchó sonidos que hablaran de ella. Pegué la oreja en el tabique y, en medio de ruidos irreconocibles, producidos supongo por el natural chocar atómico de las argamasas, me dijo sí, que la conocía, y comenzó a narrarme constelaciones de rumores inconexos, algunos de los cuales se referían, sin duda, al objeto de la pregunta, y otros hay que entenderlos como reflexiones sobre su propia vida en tanto que pared deseosa de ser escuchada. Me habló de la atadura y de los infortunios asociados a su virtud, de placeres glaciares, de su incontenible rigidez, de la dificultad que supone construir vidas basadas en el ver, oír y callar, de latencias mundanas y de ondas estremecidas que, apenas si se producían, eran devoradas por un silencio capaz de sostener las distancias, me habló del vértigo de la verticalidad y de un error en la plomada del maestro albañil…Grosso modo, eso es lo que recuerdo que dijo a propósito de su vida de pared. Sobre la pregunta que motivó todo este lío, fue tan precisa en los términos como poco clara en el mensaje. Me dijo que, con una gravedad no exenta de gracia, se extinguió entre pensamientos desordenados en una especie de fundido en blanco con el que no pretendía otra cosa que resultar invisible a la luz, al amor y a la desgracia. No fue posible. El don de la anacronía, la rebuscada emotividad y hasta el vano recurso a la falsa demora no lograron hacer que sus palabras resonaran en la habitación de modo diferente a las de otras tantas palabras dichas a destiempo y, sobre todo, carentes de autenticidad. Eso me dijo sobre ella, lo que no pude por menos que agradecerle. A la propietaria del piso la dije que tenía una casa bonita y elocuente, pero que tendría que ver otras antes de decidirme por lo del alquiler. Me sentía abrumado.

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