miércoles, 8 de abril de 2009

CUARENTA LARGOS

Nado en la noche acuática hundiéndome para abrazar así un mundo en el que parezco flotar. Avanzo en la razón de su vientre oscuro con la rítmica parsimonia de la brazada tersa, casi diría que avanzo a brazo partido, con esfuerzo, hasta que la luz separa lo que parecía un solo ser y resultan ser calles. Allí mismo toco fondo. Y me quiero quieto, quieto y flotante, con la lentitud propia del hombre quieto y flotante, teniendo en cuenta que quererse quieto y flotante no es poca cosa en medio de tanto vértigo y de tanto naufragar. Y así fue, espoleando el estribo de la confusión, como llegó el canto de los besos y los locos, y la profundidad del azulejo y el azul oscuro de la espuma adoptaron por fin su sentido supremo, que no es otro que el de la violación de las orgánicas leyes del respirar. Brilla y rebrilla la noche, y al borde del aliento me quito el gorro. Y las gafas. Y descanso al fin.

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