martes, 7 de abril de 2009

PRODIGIOS

Hay algo en sus ojos que me atrae. Su atrevimiento en la mirada me lleva a pensar en que el atrevimiento primero debió consistir en el mero hecho de nombrar la cosa. Son sus atrevidos ojos los que conducen a pensar que no debió ser una mano dulce la que, a tientas, espantó la oscuridad del mundo, si no que tengo para mí que fue una voz la que finalmente logró separar, desgarrándolas, las luces de las tinieblas y permitió a un gañan desaliñado y sin nombre, en la entrada de una cueva oscura y vulgar, preñar en un repetitivo gruñir cosa y pensamiento. Y así fue como la hilazón de verbo, cosa y pensamiento quedó hecha. A partir de ahí, si bien no es que se pueda decir que la cosa fuera gruñir y cantar, lo cierto es que gruñir y pensar empezaron a asociarse, estuviera o no estuviera la cosa, hasta que (¡lo que son las cosas!), con el transcurrir del tiempo el pensamiento dejó de ser necesario. Nos bastó la palabra, más o menos bien gruñida, para escalar uno tras otro los peldaños de lo irracional hasta llegar a concebir, así sin más, sedosos mares turquesa con alma de aguachirri. Este delicioso desvío malhirió, sin duda, las relaciones entre el triunvirato, pero sirvió para mostrar con claridad meridiana que en la búsqueda de lo inexistente, en este caso en la búsqueda de un sentido para el mundo, acontecen todo tipo de prodigios.

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