sábado, 18 de abril de 2009

CARMETA BARCELÓ

Yo también te extraño, y esa rareza que siento por ti la hago extensible a la que siento por el viejo nogal que regala su sombra al pozo. Es allí donde te sientas en orgullosa soledad a contemplar el anárquico orden selvático que con tanta fortaleza y dulzura supiste construir y de cuyas entrañas ya formas parte. No es fácil descubrirlo sin entrar, pero tras el portón verde habita una sonrisa de botas altas y manos dispuestas, y más ahora, que es tiempo de mirlos y que la vida toda se despereza, que es como decir que se extiende y se estira sacudiéndose así de la pereza entumecida e invernal que, por momentos, me pareciera fría y escasa de esperanza. La cualidad de lo raro, la extrañeza de ti, asoma también tras los saltos de las ranas, en los inútiles esfuerzos de los felinos locos por darse un atracón de ancas, y en la testa dura de la cabra cabezona y comedora de maíz. Todo resulta raro por asombroso, espectacularmente normal. Te huelen, husmean la tormenta en tus huellas de desierto prolífico. Y así es como, atentas a todo, atentas también a ti, las refinadas gallinas orientales se pasean entre las banderas en flor de los almendros, y la araña se afana en su tranquilo y luminoso hilar de tragaluz, todo en espera de que se incorpore al arca el bueno del Xixco, María y Eugeni, el Nafi y el señor Salamo, y toda la retahíla de bípedos implumes que conforman el alma de tu alma. ¿Estamos todos? Bien, iniciamos la tercera travesía.

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