martes, 28 de abril de 2009

LA RELIGIÓN DEL PUÑAL

Esa pasión innata a todos los que disfrutan con su propia perdición es la que dio pie a la religión del puñal. Nadie supo como fue que les dio por ofrecer puñales para que mataran a sus hijos. Pero así fue. Se conjuraron para plantar humildad en forma de silencio, y se sintieron abastecidos de la suficiente nostalgia como para poder iniciar el viaje. Oyeron trompetas en derredor y sintieron cómo repicaban las campanas en su honor. Y así fue también cómo los cuarteros de la destrucción constituyeron el incomparable marco musical en el que los hijos del agobio prepararon su propio naufragio, naufragio que debiera conducir, si se cumplía su profecía, a un paraíso dulzón pero inhabitable. Como ya ocurriera con la retirada de Jenofonte en Grecia, el coro de los salvados llegó a constituir una especie de hermandad de números primos, aunados como estaban por las casualidades de la vida y las raíces que les eran comunes. Al final, la retórica se constituyó como el último reducto de la piedra y, por ende, en el último reducto de su salvación. Dejémoslo ahí. Los dolorosos latidos de mis sienes son el preludio exhaustivo y preciso del asco que me produce tanto amor.

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