jueves, 2 de abril de 2009

EN LA ORILLA BLANCA DE LOS SUEÑOS

Me lloro en el espejo. Me lloro y todo mi saber estar, traslúcido e invulnerable, se desmorona en una cascada de dilatados sinfines que, por decisión propia, quedan confinados en lo más íntimo de cada hálito. Limpio el opaco vaho del cristal sin decir ni pío, hasta que me puede el capricho de dar el alto a la luz. En mala hora. Es un mirlo altanero y volátil el me responde en nombre de la luz, del aire y de él mismo, y lo hace en unos términos que ni puedo ni debo reproducir aquí. No queda otra que intentar huir de la pura vergüenza, como si de la vergüenza se pudiera huir. Me reconforta la imagen de la madre cosiendo de quehacer en quehacer, las vetas y los nudos de su mano horadando los tejidos. Quiero dormir porque sé que es en la blanca orilla de los sueños donde acontecen esos dedales errantes y cansinos que se despliegan como en un catálogo de párvulos recuerdos. No lo dudo: friolero y vencido busco refugio entre las tenues plumas de mi nórdica, y que sea lo que dios quiera.

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