miércoles, 15 de abril de 2009

INCOMPRENSIBLE

El relámpago de memoria que precede al grave trueno del olvido imaginado, queda convertido con el transcurrir del tiempo en seductora levedad, en olvido del mundo mismo. Tal cosa sucede, creo yo, porque la corteza cerebral, herida por un rayo de incalculable imposibilidad, tiene miedo, más miedo que vergüenza, y no quisiera otra cosa que refugiarse en la cuna de todas las perversiones, es decir, vivir eternamente del cuento, sin que padezca ni pizca de lo que de pena y degeneración resulta inherente al mero acto del vivir. De ahí que la citada corteza, ya prácticamente convertida en torrezno, no se dedique a otra cosa que hacer pulular su voz lastimera en el etéreo vacío de las miradas perdidas. Y es que son muchas las cosas que suceden en poco tiempo, con el agravante de que en lo mucho coexisten unas junto a otras demasiadas cosas que no siempre resultan bien avenidas, y todo ello por mor de un símil inverso y desconocido que, a la postre, nos resulta inverosímil. Sólo el finísimo tamiz de la retorta, el alambique de los besos que destilan minucias de dulzura, es capaz de separar lo radicalmente muerto del deterioro propio del que simplemente se afana con lo que no es más que epidemia irrefutable de deterioros y renunciaciones varias. Todo lo cual resulta, para quien esto escribe, no sólo inaprensible e inexplicable, si no lisa y llanamente incomprensible.

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