viernes, 17 de abril de 2009

SURREALISTA

El presentimiento de un sol inmovilizado y eterno es el combustible que alimenta esta chumbarata de luz y ceniza con la que me propongo rellenar la tela de blanco llano por la que me desplazo. Y voy y lo pinto, y mientras lo pinto otra imagen llega a mí: se trata del sustento mismo del sustantivo que le da nombre al mismísimo rumor de un gallo afónico y crepuscular que me informa de su condición de ciego transparente. Al parecer, su vidrio roto sigue dando que hablar en el vecindario. Y voy y lo pinto. Pinto también el son de un tambor de trigo mientras admiro las raíces escalonadas que conduce a mis pies, primero a la huerta sembrada de espantapájaros y después al más alto de los barros. Pinto los barros y pinto también lo más alto de la estima a la que soy capaz de aspirar, allí donde no hay más patria que el lenguaje y una mariposa mecánica aletea sus morfemas, allí donde las constelaciones aparecen como acaracoladas y una mujer de leche incomprensible teje en su regazo telas esféricas. Veo y pinto la silueta de geranio muerto de risa mientras imagino un volcán de perspectiva caballera y proporciones áureas, que vuelco también en un lienzo cada vez más recargado. Cierro los ojos y veo seres de epidérmicas escamas, bastones obnubilados que espantan las nubes, y cinco uñas quemadas que arrastran su rayada negrura por un mar espumoso rematado en emplumadas crestas. Y voy y lo pinto. Cierro por fin los ojos y espero que lleguen a mí las miradas enterradas bajo la tierra y regadas de sonrisas creadoras. Por prudencia, ya no pinto nada.

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