sábado, 25 de abril de 2009

MEMORIAS

En las antípodas de la quietud escucho la música de la tierra y el lamento de los cadáveres sobre los que ando que se quejan, en exceso, de su atadura a unos recuerdos que surgen sin parar porque los recuerdos no paran ni para mear, ni comen tampoco, ni falta que les hace porque son memófagos y se alimentan sobre la marcha de otros recuerdos, o eso es al menos lo que me dicen mis informantes cualificados que desde lo más profundo del mantillo me describen cómo perdieron sus tres dedos en una guerra antigua que les resulta difícil de olvidar y sobre la que van hilando constantemente recuerdos fragmentarios que hablan de maletines plagados de secretos, de colecciones de pantuflas decimonónicas, y de tiros en la nuca que llegan a convertirse en el sumum de la perfección, sin que entre un recuerdo y otro quepa vacío alguno ya que los recuerdos, como los personajes, y como los propios muertos, son infinitos y surgen sin parar, a veces por error, como surge la vida misma cuando nace por un error, a veces por una casualidad de difícil explicación que da pie a su vez a un nuevo hilo continuo y misterioso sobre el que se va meciendo el vaivén de historias que se suceden y que conforman esas memorias que se compran y se venden, que se utilizan y se tiran para recoger a renglón seguido otra memoria sobre cuya chepa subirse, siendo esta la forma peculiar en que las memorias se mantienen vivas, a base de chispazos más o menos benévolos que pintan bien.

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