jueves, 23 de abril de 2009

EN LA BOCA DEL LOCO

No hace falta saber por qué las moscas vuelan para que el ojo parasimpático, en ejercicio de su indiferente soberanía, decida posarse sobre una mosca que vuela. El ojo no sabe por qué las moscas vuelan, ni sabe tampoco que es el ojo de un loco lúcido y melancólico que tiene por costumbre abrir su boca desafiante con motivo de cualquier acontecimiento que lo merezca, como pueda ser el de embobarse viendo volar a una mosca por el salón de su casa. Con el ojo en la mosca y la boca abierta, el loco tuvo un de repente y se fue a la habitación de aquel al que llamaba maestro y que no era otro que un niño moribundo, pero claro, no podía con todo. O ponía el ojo en la mosca o ponía el ojo en el niño. Por pura comodidad –ahora estaba más cerca del niño que de la mosca- puso su ojo en el niño, pudiendo seguir con su boca abierta ya que aún hay gente capacitada para abrir boca no sólo por bostezo o embobamiento si no para emitir sonidos con pretensión de decir algo. Lo que dijo fue hijo mío, y aún a pesar de que no dijo nada más, resultó un momento precioso, preciso e íntimo, todo a un tiempo. Ah el tiempo, la cabrona fugacidad del tiempo. Mirando a su hijo y pensando en el tiempo se dijo para sí que anduvo sin él durante mucho tiempo, un tiempo en el que todo era frío y oscuro, y siguió mirando a su hijo cuando se le ocurrió abrir, además de la boca, una segunda línea de pensamiento de naturaleza marcadamente económica. Pensó que no tener dinero debe ser algo así como no tener alma pero más vergonzoso, por la sencilla razón de que llama más la atención. La negra boca de la noche traspasaba los visillos de la habitación cuando la mosca se coló en la boca del loco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario