viernes, 10 de abril de 2009

RUNRÚN DE ALCANTARILLA

Parapetado tras su ternura de lobo, su trabajo consistía en narrar historias que armaba con lo que encontraba más a mano, o más a máquina, dependiendo del medio que decidiera utilizar para armar cada historia. Ya fuera o fuese a mano o a máquina, lo esencial consistía en ser capaz de describir –a veces bastaba con dejar pálidamente sugerido- un mundo particular. Identificado el universo más o menos finito, el resto resultaba de todo punto accesorio. Poco a nada importaba si las historias acaban de forma hipnótica o decepcionante, si las imágenes que deglutía el lector resultaban desasosegantes o se trataba, por el contrario, de cuentos de enanos, lunas de miel, o historias de hiel en forma de historias de amor narradas en clave descendente. A través de su personal cauce de luz, solía decir a sus allegados que el runrún de las alcantarillas está que arde de batiburrillos incendiarios, y cuando las alcantarillas suenan, es que algo llevan. No lo hacen al tuntún, decía; de hecho, son muy pocos los runrunes que funcionen al tuntún. Nadie entendió nunca sus constantes referencias a las alcantarillas. Fumaba cigarrillo tras cigarrillo, siempre rubio sin boquilla, y su forma de mirar las palabras resultaba a un tiempo omnisciente y oblicua. Esta noche estaba enfrascado en una historia de amor, e intentaba transmitir un desembarco amoroso fruto, como tantos, de un error, así como las sensaciones de miedo e indefensión que se supone sentía el protagonista ante los abiertos y extremos espacios que creía ver en los ojos de su amada. Mientras escribía pensaba en su vida y en la posibilidad de amar a través del olvido y el perdón. Pensaba en amar de manera retroactiva, pero rara vez su historia se convertía en la historia, a no ser que llegara, claro está, en forma de runrún de alcantarilla.

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