martes, 3 de noviembre de 2009

EL JINETE

Viendo las horas decrecer, extraviada la fantasía en aquella noche insomne, me disponía a confiarlo todo al papel cuando mi impaciente extrañeza y el bostezo de la gata en el sofá me hicieron caer en la cuenta de la falta de orden y serenidad que padecía fruto, supongo, de una confianza ilimitada y excesiva en la bondad de mis propios actos. Cada cual se arrastra por el mundo como puede, de ahí que no tenga nada que reprochar a mi corazón cuando los sinsabores del delirio febril y la silenciosa tristeza se adueñan de mi alma generando gestos de risa perpetua y estúpida felicidad. Atrás quedaron los tiempos de profundo reposo en los que tenía por maestros el sombrío temple de los árboles añosos. La languidez y la flaqueza que emanaban de mis ojos hundidos, la melancólica mirada de la que hacía gala, convertían mis días en un proceso de continua borrachera emocional. No hubo cambio propiamente dicho ya que todo fue como un rayo. Claro que como no hay contra sin cara, ocurría por entonces que por vivir en la cúspide de mi imaginaria moralidad, me creía excusado por mis evidente gestos crueldad conmigo mismo y de la sistemática negligencia de mi proceder para con los demás. Pero la ignorancia puede con todo y la imaginaria silueta de un jinete valiente y poderoso vagaba por mi mente, jinete en cuyo rostro se podía leer esa satisfacción silenciosa y contenida propia de quien padece signos inequívocos de extravagancia y vanidad. No había lágrimas capaces de expresar tanta felicidad.

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