martes, 10 de noviembre de 2009

LA ROSA DE JERICÓ

Resulta extraordinario el hecho de que la tierra aún me aguante sobre ella, creo yo que debido a que piso poca tierra y es más bien el asfalto el que me aguanta, de igual forma que no deja de resultarme sorprendente el hecho de que, aún perteneciendo por apariencia y derecho de nacimiento a la especie de los homo sapiens sapiens, no logre abandonar de ninguna de las formas el mar de incertidumbres en el que a diario me veo envuelto, todo ello aún a pesar de esforzarme seriamente en la tarea. Y todo este maravillamiento resultante de tanto hecho extraordinario y sorprendente hace que de normal viva con los ojos fuera de sus órbitas naturales, también llamadas cuencas, así llamadas por su forma y no porque ni mis ojos ni yo vivamos en Cuenca o en sus cercanías. Pero nada de esto es preocupante. Hace ya tiempo que llegué a la conclusión de que mis palabras, quiero decir las palabras que salen de mí, algunas palabras que salen de mí, sobrepasan mi capacidad de entendimiento. Lo llevo más o menos bien, con la soltura propia de quien transporta sobre su chepa la carga de lo forzoso, y creo yo que precisamente por resultar forzoso es como si resultara más liviano esa tarea ingente de producir a diario tanta palabra incomprensible. Como bien comprenderán todos aquellos de ustedes que a diferencia de mí sean capaces de comprender, la pelea es continua. Hoy mismo, sin ir más lejos, estoy empeñado en encontrar las palabras exactas que definan la insignificancia de mi ser en relación al universo. Y nada. Y digo nada porque todo lo que me sale de mí a modo de pensamientos y palabras nada o muy poco parecen tener que ver ni conmigo ni con el universo. Para ser concretos, no hago más que pensar en el hecho incuestionable de que una boñiga de vaca convenientemente aposentada sobre un plato de estaño bañado de porcelana, y regada en la forma y cantidades adecuadas, da como resultado la llamada Rosa de Jericó. A renglón seguido pienso en el espectáculo de la mierda mezclada con la sangre chorreando pantalones abajo. Ustedes no me oyen pero al escribir esto acabo de gritar, porque no se puede decir que chillara, y es que sin quererlo, ni comerlo, ni beberlo creo empezar a entender algo. Quizás la locura no sea tal.

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