sábado, 28 de noviembre de 2009

LA E

Esta vocal, abierta y fuerte como la que más, esconde bajo su apariencia de sencillez una naturaleza compleja de versatilidad poco común. Esto que digo es así no sólo porque en sus ratos libres haga trabajos de conjunción copulativa -reemplazando a la y para evitar el hiato- sino porque la sexta letra del abecedario español, la segunda de sus vocales, es en realidad algo más que una letra. Prefijo por excelencia de todo lo electrónico, signo de la proposición universal negativa, la e ha llegado a convertirse en símbolo de un número, pero no de un número cualquiera sino de un número trascendente, concretamente el 2,7182, que es la base de los logaritmos neperianos. Ahí es nada. A la manida pregunta de cómo dar a luz una e se le pueda dar una respuesta relativamente fácil, aunque convenga estar atento ya que ciertos detalles pueden escapar al entendimiento común. Por lo pronto, no es probable que usted sepa que, entre las muchas cosas que posee, querido lector, es propietario de un predorso. No se extrañe, lo tiene, es suyo, y para más señas lo tiene ubicado en su lengua. Pues bien, elevando el predorso de su lengua hacia la parte anterior del paladar y estirando levemente los labios hacia los lados como si se estuviera atusando un bigote, se encontrará con un sonido que debiera parecerse en algo a la e, a no ser que se haya demorado en exceso con lo del bigote en cuyo caso le saldrá un sonido irreconocible o en el peor de los casos un eccema. A mi juicio, la principal precaución que debemos tener cuando pronunciamos esta vocal es la de no convertir la e átona en i, pasando, pongamos un por ejemplo, de pedir un vestido a algo así como pidír un bistído, que no es que no te lo vayan a dar, sobre todo si es un familiar o conocido a quien se lo pides, pero que queda fatal.

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