domingo, 8 de noviembre de 2009

NOCHES

Hondas y silenciosas, así debieran ser mis noches. El hecho de que la realidad sea otra, en este caso el hecho de que la realidad esté constituida por un compendio de ráfagas de tortura indefinible, ni quita ni pone para lo que debieran ser. Desde el extrarradio de la séptima cara del dado veo cómo son mis noches, y digo que mis noches son como paredes desconchadas que se agotan hasta caer una a una de puro desconche melancólico, noches que se caen por su propio peso a falta de ganas de ser dormidas, noches mal pegadas a una pared cochambrosa que hace las veces de un tiempo dormido y eterno. Otra cosa es lo que debieran ser. Mis noches debieran ser noches pobladas de sueños nimbados de extrañas corrientes eléctricas, poderosas corrientes capaces de insuflar energía, pongamos por caso, a la onírica imagen de un viejo tranvía subiendo a contraluz por Alcalá en dirección a la plaza del Callao. Mis noches debieran dar cobijo a mis recuerdos, de forma tal que pudiera recordar con precisión aquellos lugares a los que nunca fui, como recuerdo con precisión aquella primavera en el Jardín de Kinský, jardín que además de ovalado resultó gris. Mis noches debieran ser exactas, de forma tal que me permitieran disfrutar esa evidencia mágica y secreta que emana de lo particular, de lo nimio o lo casi imperceptible, evidencias todas ellas muy cercanas a la exactitud matemática. Mis noches debieran ser un buen lugar para dar largos paseos del brazo de Hamlet sin otro objetivo que el de departir amigablemente, pongamos por caso, sobre el sentido exacto que pudiera tener para los muertos esas cajas pobladas de sombras imprecisas y oscuras a las que llaman nichos. Mis noches de insomnio no necesariamente debieran estar habitadas de vidrieras repletas de vidrios de distintas formas y tamaños, ni de naturalezas muertas que recogen en su seno lo que parece ser una selecta colección de ojos de cristal. De hecho, mis noches de insomnio no tendría por qué suponer tortura alguna, debiendo suceder en estos casos que me limitara a admirar el escurrir de la lluvia sobre el cristal y la belleza del vaho condensado conformando irregulares chorretones de agua que construyen a su vez nuevas verticalidades. Mis noches debieran ser rítmicas, como rítmicas y repletas de sones eran las legiones de pisadas que retumban sobre los puentes de Paris o los últimos compases de un minué, todo lo cual debiera sonar en mi cabeza como si de una gran sala sinfónica se tratara.

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