sábado, 10 de octubre de 2009

D

Si usted dobla la punta de la lengua contra los dientes de arriba y abre al mismo tiempo la boca expulsando el aire que haya podido recoger en sus pulmones, especialmente si no fuma en exceso, entonces notará cómo se esparce por la estancia un sonido muy parecido, si no clavado, al de la quinta letra del abecedario español. Su nombre es de a secas, pero si son varias y se quiere hablar de todas al tiempo hay que hablar entonces de las des. Y de las des vamos a hablar. A las des, como a cualquier otro ente creado por seres más o menos vivos, les ha sido dado vivir situaciones tan contradictorias y variadas, cuando no directamente absurdas, como las que acontecen en la vida de sus propios creadores. En el caso que nos ocupa, resulta que de normal las des son letras de una fortaleza envidiable, y digo normal cuando aparece en posición inicial absoluta o precedida de n o l, que es cuando las vemos vestidas de sus mejores galas dentales, sonoras y oclusivas. Sin embargo, su manifiesta debilidad se pone en evidencia cuando se las sitúa en posición intervocálica, lo cual dice mucho de su delicada personalidad, llegándose a dar casos extremos en ciertas zonas de la madre patria debido a la extrema vagabundería de los hablantes que las pueblan. En tales ocasiones, ocurre que las des lisa y llanamente desaparecen, convirtiendo de esta forma en kansáo lo que está cansado y en peskáo al conocido pez marinero, quedándose tan panchos porque al pensar que lo komío por servío. Tres cuartos de lo mismo ocurre con las des finales, dándose casos como el de ciertos madrileños que abandonan su Madrid natal por otro Madrí más económico y chulapón, el usté por el usted y la verdad, lo cual es muy triste, por cualesquiera verdá, siendo la única verdad que a este paso y por este camino nos quedamos sin des. Y si no al tiempo.

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