jueves, 29 de octubre de 2009

DESGUACE

Tras el cristal de la estancia, inmune a todo, una mujer se sienta en el ángulo exacto desde el cual mejor se observa el brillo de Venus. Pero yo no estoy allí. Llegada de muy lejos, y como traspasándolo todo, se acerca a mí y con ella enormes olas de retorcida nostalgia salpicadas aquí y allá de azulejos y matasellos que empapan mi rostro. Todo es recuerdo, historias de pezuñas desgastadas como la huesuda herrumbre del espigón, y amaneceres de madrugadas flacas de amor. Mojado, descorro desnudo la cortina del miedo mientras las viejas ciruelas sonríen a las hileras de luz que se amontonan en forma de túmulo. Me hundo muy despacio en la hormigonera de guijarros de hielo gris mientras la imaginaria lluvia de sus ojos barniza unos dedos helados de tanto esperar ese asco lúcido y necesario que es mordisco de escavadora y preludio del inminente desguace.

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