viernes, 30 de octubre de 2009

ETERNIDAD

El dolor la despertó, y ya despierta pensó en el significado de la ausencia prolongada y profunda, esa misma que simplifica, corrompe y mata las cosas que son, y pensó también en el ser nuestro de cada día, ese ente capaz de fecundarse a sí mismo tras un fugaz vistazo en el espejo del baño. El porvenir del instante acontecido, es decir, la eternidad concentrada, se inmolaba en instantáneas de lunas, y sabía que eso ocurriría al menos hasta que el calmante hiciera su efecto y pudiera pensar en cosas más agradables. Lo que estaba pasando, eso de ser tocada por el fuego, es lo que ya pasó ayer y antes de ayer, y era lo mismito que volver a andar como si todo estuviese andado ya. Muerta de miedo, lo que en ella quedaba de inocencia se refugio primero en su pecho dormido y luego optó por pedir posada en mirada ajena. Habían pasado ya cuarenta minutos, con sus dos mil cuatrocientos días y sus dos mil cuatrocientas noches, cuando decidió rendir al viento su cada vez más exigua cosecha de placer. Ahora sí, la química hacía su trabajo. Impotentes estrellas. Floraciones de basalto. Continuidad callada.

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