martes, 20 de octubre de 2009

MOLICIE

Sin llegar al extremo de lo que antiguos y no tan antiguos pensaban que era el ejercicio del torpe pecado de la afeminación, acto éste que consideraban contra natura, la molicie reclama para sí de una cierta suavidad que resulta propia de todos los femeninos y muy especialmente del femenino por excelencia que no es otro que el que proviene de la madre tierra. Creo yo que más que afición al regalo, la molicie nos habla de la calidez de las cosas, de su blandura al tacto, y de la dulce delicadeza que se apodera de todo lo que toca y que por razones autobiográficas asocio también a la tarea de la molienda. Con la molicie todo es cuestión de grado. La molicie es fuerte y aprovecha cualquier momento de debilidad para hacerse carne de tu carne, pero aún así, aún sabiendo que con ella cualquier momento de tregua puede acabar siendo peligroso, no resulta infrecuente ver sucumbir a manos de la molicie, especialmente a la hora de siesta, incluso a los espíritus más disciplinados. Así de grande es su poder. Por el contrario, la ausencia total de molicie en el organismo favorece una muerte rápida por rigidez de los tejidos y enfriamiento excesivo del alma que los habita.

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