jueves, 8 de octubre de 2009

LA CUERVA

La fecundidad de la cuerva nunca estuvo en entredicho. Crió sus cuervos y éstos, sin más opción que la de cumplir con la pesada carga de las tradiciones, no tuvieron otra que sacar los ojos a una madre que no daba crédito a lo que estaba viendo hasta el instante mismo en el que dejó de ver. De resultas del dolor, y a falta del entretenimiento propio que produce la visión, la dio por pensar y por construir diabéticas palabras que nadaban en su cabeza de cuerva ciega entre tazones de leche y miel. Poco tiempo después, padeció de grandes delirios fruto de las fiebres y de la tristeza. Pongan si quieren lo que digo entre férreos corchetes, enciérrenlo bien y utilicen para ello altos paréntesis, deconstruyan las frases y aten cada palabra con potentes comillas, hagan lo que quieran pero la verdad no es otra que la que con torpeza les estoy narrando: los hijos de la cuerva sacaron los ojos a su madre, con el resultado final de que la cuerva deliraba de dolor mientras los hijos de la cuerva no alcanzaban a comprender por qué algo tan consabido, tan natural, podía causar dolor en alguien con el experiencia y la sabiduría de su madre. Sólo el género y su juventud de los hijitos podían explicar, a partes iguales, tamaña ignorancia. La madre, con la rapidez propia de la encina, cabizcoja, ciega y cogitabunda, pasaba sus horas muertas de cueva en cueva tratando de imaginarse frente al espejo, y tratando de ver en ese mismo espejo a un gusano con aspecto de tilde que estaba segura de que colgaba sobre la vertical de su propio pico. Asombrada de poderse mirar, soñaba muy a menudo que se le caían uno a uno los palos de su sombrajo, y que en una de esas el gusano escapaba. Y es que hay quien tiene mala sombra, como los hay también que no tiene sombra alguna, como es el caso de nuestra cuerva, con el resultado previsible y ya conocido por todos de la tilde cayó al suelo, hecho éste lamentable que fue aprovechado por los hijos de la cuerva para comerse el gusano y quedarse como dios.

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