domingo, 25 de octubre de 2009

LA CE

Letra muda ésta, de forma y manera tal que como todas las consonantes, mudas de nacimiento, se ve necesitada de una vocal para poder ser alguien en el mundo de los sonidos, de ahí que no resulte ocioso en absoluto decir que su nombre es ce. Las sesudas mentes que han indagado en busca de su procedencia gráfica nos dan cuenta de diversas posibilidades, una de las cuales, a modo de por ejemplo, se la voy a referir. Según estos sabuesos, debemos remitirnos a la K (kappa) griega, letra a la que no sabemos bien ni cómo ni por qué el caso es que alguien le quitó el palo de la letra, o se le cayó a la propia letra sin darse cuenta en un momento de debilidad, con el resultado de que luego bastó con rodear las puntas que le quedaban para que el signo c viera la luz. Avanzando un poco en la historia de la ce conviene saber que entre los romanos la ce era una letra triste ya que, por razones obvias, la asociaban al verbo condemno, lo que no sabemos ni nadie nos ha explicado es por qué no la asociaban a otros verbos que igualmente comenzaban con la misma ce y que no resultan tan tristes. Ya en nuestros tiempos, cuando la ce se topa con una vocal en forma de e o con una i, queda convertida automáticamente, si no lo está ya de antes, en un fonema consonántico fricativo, interdental y sordo. Si por el contrario el encontronazo sucede con la a, con la u, o con la o, entonces su propia genética la lleva a convertirse en una consonante oclusiva y velar, aunque igualmente sorda. Así pues la ce no sólo es muda de nacimiento sino que en muchos casos se hace la sorda o, por mejor decir, adopta por lo general un sonido sordo. Ahora bien, también hay que decir que la ce, muy dada a dejarse llevar por el deseo en las zonas del suroeste peninsular español, en Canarias y en toda Latinoamérica, padece lo que se ha dado en llamar el seseo, fenómeno éste que lejos de tener nada que ver con siesta alguna, quiere indicar que en estos casos, al producirse el contacto de la ce con la e o con la i, se produce un sonido predorsal, fricativo y sordo capaz de convertir las cenas en sénas y lo aciago en asiágo. Y es que el deseo y las calenturas propias de los trópicos, que en lo que a mezcla de sangres dio lugar al fenómeno de lo mulato, en lingüística da como resultado cosas no menos hermosas, como esta del seseo.

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