sábado, 17 de octubre de 2009

I

Número imaginario por excelencia y símbolo no menos excelente elegido por los lógicos para expresar la proposición particular afirmativa, a la décima letra del alfabeto español y tercera entre las vocales se la conoce por i, así, tal cual suena. Ahora bien, a efectos de poder distinguirla de la otra i –es curioso que en esta historia de la íes como en cualquier otra historia donde se mezclan palabras y sentimientos siempre acaba apareciendo la otra-, y con el fin de evitar equívocos, a una se la llama i latina y a la otra se la conoce como la i griega. No obstante, si bien es cierto que la i griega y la i latina son letras con orígenes, grafismo y funciones distintas, las cosas no aparecen a los oídos del hablante tan claras como debieran. Especialmente complejo es el caso en el sonido de la i latina que ocupa una posición inicial en la palabra y además va seguida de otra vocal. En estos casos la i adopta un sonido palatal sonoro, diciéndose, pongamos por caso, yerba, al tiempo que se escribe hierba o yerba, a gusto de cada cual. A tal extremo ha llegado esta situación que en algunas palabras, como es el caso del iodo y el yodo, ha resultado ser mayoritario el gusto gráfico por la i griega, tratándose, como se trata, de una i latina. A la hora de intentar construir el sonido de la i ocurre, como casi siempre ocurre, que si bien pronunciar la i no resulta algo especialmente complicado, decir cómo se pronuncia la i si que requiere de un cierto nivel de concentración. El asunto se resuelve más o menos de la siguiente forma: usted coge el ya conocido predorso de su lengua y lo eleva hacia la parte superior del paladar, un poquito más arriba y con un poquito más de ganas de si quisiera pronunciar la e, y todo esto lo hace al tiempo que estira los labios hacia los lados. Bien, si ha seguido al pie de la letra las indicaciones ya debiera haber salido de sus labios una i más o menos reconocible. Para los aficionados a las curiosidades diré que el punto de la i también tiene su historia. La tal historia, mal resumida y peor contada, es ésta: resulta que en la época griega, la iota, que así se llamaban a la i los griegos, no llevaba punto alguno porque ni falta que hacía, y que fueron los romances con sus lenguas romances, que todo lo confunden, los que tuvieron que hacer uso del conocido punto de la i para distinguirla de la u cuando ambas iban juntas. No sé a cuento de qué confundían la i con la u pero en el román paladino debían parecerse mucho. A estas alturas ya se habrán dado cuenta de que la i siempre ha sido una vocal problemática, y su mal uso la ha problematizado todavía más. Pongamos un ejemplo sangriento aparecido en la prensa de hoy para que vean al punto que pueden llegar las cosas. Al parecer, un joven turco solía echar en cara a su ex mujer la habilidad de ésta para cambiar de tema cuando, en opinión de su ex marido, se quedaba sin argumentos. El caso es que según apareció en la prensa turca, en muchos teclados de teléfono móvil no existe el carácter para la letra "I" turca (i cerrada, que se escribe sin punto), con tan mala suerte que el joven turco, en lugar de decir a su ex en el mensaje que cambiaba continuamente de tema y teclear a continuación "sIkIsInca" (cuando te quedas sin argumentos), puso "sikisinca" (cuando te follan). Conociendo como se las gastan los turcos en asuntos del honor, no es de extrañar que el enfado de la joven y de toda su familia llegara a tal extremo que, cuando el muchacho quiso excusarse no le diera ni tiempo, recibiendo por su parte no sólo insultos y otras palabras mal sonantes sino patadas y cuchilladas a diestro y siniestro. Éste, en venganza, no se le ocurrió otra cosa que acuchillar a su vez a la muchacha, razón por la cual terminó con sus huesos en alguna de las poco acogedoras cárceles turcas, donde pasado un tiempo se suicidó. Avisados quedan: cuidadito con la íes.

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