sábado, 24 de octubre de 2009

FA

UT queant laxis REsonare fibris —MIra gestorum FAmuli tuorum, —SOLve polluti LAbii reatum...( para que tus siervos puedan exaltar a plenos pulmones las maravillas de tus milagros, disuelve los pecados de labios impuros, San Juan)…Esos y no otros eran los versos que en forma de himno escuchaba Guino Arentino allá por el año 1010 de nuestra era, cuando le dio por pensar en la conveniencia de que se produjeran ciertos cambios en la manera de entendernos con la música. Habrá quien diga, y no sin razón, que a él todo esto ni fu ni fa, y contra tamaña indiferencia poco o nada se puede hacer. A mí también me ha ocurrido alguna vez, no esto del pensar, que también, ni lo del fu ni fa, que por supuesto, sino lo de escuchar el himno de San Juan Bautista casi enterito, y la verdad es que en cada ocasión me entraba dentera y se me ponía un mal cuerpo enorme cuando me imaginaba a San Juan disolviendo los pecados producidos por mis labios impuros, y todo ello aún a sabiendas de la principal particularidad del himno no consistía en su capacidad para producir miedo en los oyentes sino en que cada frase musical empezaba con una nota superior a la que antecedía. En fin, la historia de hoy sólo pretendía informar de cómo y en qué circunstancias fue imaginada y nombrada por primera vez la fa como la famosa nota musical todos que conocemos hoy día, ya que les aseguro que en modo alguno hemos querido hacer proselitismo de la Falange Auténtica, ni publicidad subliminal de la conocida marca de jabones que compite con los limones salvajes del caribe, ni mucho menos traer a colación de manera innecesaria a la empresa de Ferrocarriles Argentinos, que bastante tiene con lo que tiene.

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