viernes, 6 de diciembre de 2013

ALGÚN PEQUEÑO DESASTRE

Cuando sucedía algún pequeño desastre se echaba las manos a la cabeza y miraba a su hijo; su hijo hacía lo propio, cruzaba las manos sobre su cabeza, y miraba a papá. Ambos abrían sus bocas y, si el desparramo no era mayúsculo, estos gestos resultaban conjuro suficiente para que el mal pasase de refilón sobre sus vidas. Ellos crecieron y los males también se hicieron mayores, hasta llegó un día en que, no recuerda con motivo de qué, los dos se echaron las manos a la cabeza, una extraña pena estremeció sus cuerpos, y no hubo forma de quitársela de encima.

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