Caía
a plomo por un inmenso abismo cuya fuerza de gravedad radicaba en la imperiosa
necesidad de lo imposible. Y fue así, estremecido y en contacto directo con la
médula misma de lo que se muestra irremediable e irresoluble todo a un tiempo,
como descubrió lo que de abrumador hay en la voracidad del mundo. Un simple
vistazo a lo que quedó de él servía para comprender todo lo que haría falta hacer
para llenar de ternura esos ojos tan grandes, tan vacíos y tan ausentes.
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