Lo estrepitoso del bostezo no fue excusa para que éste, unido a un sol benéfico
que bañaba buena parte de su piel, refrescase su mala memoria de árbol viejo
trayéndole a colación la urgencia de un beso que, de pronto, se le antojaba
urgente. Del aire llegó el necesario denuedo, y con las mismas la besó. Y
entonces todo cuadró. Los sollozos, los sacrificios, el círculo diario de
inconsistencias mil veces repetido, todo quedó explicado al fin gracias al inesperado
roce de dos labios desnudos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario