Lo
grotesco de la mueca resultante describía bien a las claras todo lo que de insustancial
había en aquel acto. Pero más allá de un juicio puramente estético, lo cierto
es que el primer beso, soso y falto de aroma y humedad, no le supo a nada. El
segundo fue peor. En el tercero su curiosidad fue en aumento y, a pesar de su
miopía congénita y de que el aburrimiento le agobiaba sobre manera, cerró los
ojos y se propuso sólo sentir. Y no sintió nada. Y se fue.
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