La
indecible soledad del vivir se le hacía más llevadera besando los labios de
todos aquellos que morían. De los que vivían también, pero eso no movía a
escándalo. Así las cosas, no es extraño que, en voz baja, fueran muchos los
ignorantes que murmuraran sobre él cosas
extrañas y se alzaran voces que le acusaran de servir los deseos de un dios
prohibido. Un jirón de niebla espesa cegaba sus ojos pero, aun ciego y todo,
veía claro que su vida no sería larga ni su destino glorioso.
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