La
luz de la mañana la despertó poco antes de que la muerte común y corriente, la
de todos los días, llamara a su puerta. No sé si fue la palidez fosforescente
de su rostro, el álbum de cromos, o esa colección de pequeños objetos de
inservibles que guardaba en cajas de zapatos y que, una vez guardados, jamás
abría. A lo mejor fue el sonido de su voz grave, que evocaba el paso del tiempo, y
cierto olor a moho. Nadie se sabe el cómo ni el por qué, el caso es que
finalmente entró.
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