Se aceleraba queriendo vivir esto y aquello
hasta que sus ojos enormes se adueñaron del sol, de todo el sol, en aquel
verano que definitivamente fue suyo. Sin piedad, brutalmente, así solía dar
cuenta del tiempo voraz y añoso que la tocó vivir, descansando, cuando era
menester, a la sombra de sus propios pasos. Y supo aprender, de forma que, poco
a poco, amplió la hechura de su mudable corazón, sólo para dar más cabida al
goce.
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