Parecía
llevar una vida entera tumbado en el sofá, tenía la cabeza como amodorrada a
fuerza de una acumulación insana de pensamientos prosaicos, y para colmo de
males sufría, como la mayoría de los espejos, una falta de calidez propia que
se evidenciaba en cada gesto. Con todo y eso, fue el espejo que más y mejor amó
a la pescadera del mercado de abastos.
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