En
un lugar ventoso de cuyo nombre nunca tuvo noticias, y mientras exponía su
corazón sobre el mostrador de la casquería, tuvo un presentimiento, una especie
de certeza en los huesos, que le decía a las claras lo que ya sabía por otros
medios: diez años de indulgencias plenarias no serían suficientes para sacarle
del atolladero en el que se había metido. Y es que, mientras duerme el teclado,
la voz tintineante y virginal del ratón le susurra al oído cosas que jamás
debieran haber sido dichas y de las que, en todo caso, nunca debiera haberse
dejado llevar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario