Morirás
solo y sin memoria. Esa fue la maldición, y con ella tuvo que vivir. Padeció
durante muchos años del absurdo egoísmo de quien pretende ahorrar en sentimientos
para no malgastar un corazón fácilmente reencarnable. Aun así, no puede
decirse que sufriera de afanes y hambres excesivas, más allá de las habituales
entre aquellos que alimentan con desgana y cierto desdén el gusano que heredará
sus carnes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario