Sabía
de buena tinta que sólo tres caminos conducían al cielo: las columnas del
cielo, el puente flotante, y la escalera que guardaba su padre tras la puerta
del trastero. Dándole vueltas se le ocurrió otra posibilidad: navegar y navegar
muy fuerte hasta llegar a la línea en la que el mar se junta con el cielo. Muchas
tardes, después de la escuela, se encaramaba en lo más alto del terrat y desde allí, con la mirada puesta más allá
del mar, su iris dibujaba sueños en los predominaba un delicado claroscuro.
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