Aquella mañana inefable partió de la que había sido su casa durante los
últimos diecinueve años sintiéndose etérea, con un color de piel antinatural y
el pelo enmarañado. Pero no importaba nada. Además, se había prohibido inmiscuirse
en asuntos que no entendía, especialmente si se trataba de asuntos propios.
Aquel día, en su diario de navegación, registro con precisión el estado de su
alma, y el diagnóstico fue claro: se sentía feliz, muy feliz, tanto que por
momentos parecía como mareada al sentir en sus carnes el vértigo de la
libertad.
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