Poseía una perfección clara y necesaria, muy cercana a la del pan, pero no por
eso se dejaba llevar por el sol y el viento, como lo hacen los pájaros, o por
la tierra y el humus, como lo hace la comadreja. Sus impulsos eran muy otros y,
quizás por eso, inextricablemente, los fines se semana se convertía en otra -a
veces incluso llegó a ser “la otra”-, una mujer bien distinta a la que todos
conocían.
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