La
paloma que encontró de casualidad aquel alma perdida y levantó el vuelo con
ella en el pico, una vez superada la ansiedad propia del éxito, no supo qué
hacer con ella. Amarla era imposible ya que, además de aérea, mediaba un abismo
entre carne y espíritu. Regalarla al mejor postor tampoco parecía tener mucho
sentido: los almarios estaban repletos de almas abandonadas y nadie quiere
principios de más, ni siquiera de esos que dan forma y organizan con dinamismo
el devenir de las vidas ajenas. Había días y días pero hoy la paloma estaba de
bajón y pensaba que no, que no siempre la pasión humana puede remontarse por
encima de todo género de absurdos.
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