Ese aspecto suyo tan triste y ensimismado poco o nada tenía que
ver con su escaso conocimiento del alemán y las continuas visitas al tanatorio.
Aunque cueste creerlo, su desaliento, ese cúmulo de sensaciones negativas
rayanas a la desesperación, tenía su origen en una incapacidad absoluta para la
improvisación. Y lo sabía. Todo lo que fuese salirse de un guión de vida prefijado
que venía a ser como el eco de algo previamente soñado le costaba dios y ayuda,
y creaba en él una ausencia de humedad y frescura de carácter que le hacía
fácil víctima de depresiones y resacas de muy mal pronóstico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario