lunes, 1 de septiembre de 2014

TEMPLAR LA VIDA


Nada tenían que decirse que no se hubieran dicho ya mil veces, y sin embargo ahí estaban, hablando uno frente al otro, como muestra evidente y palpable de que nada es definitivo. Las palabras parecían nacerles de la boca con naturalidad para, acto seguido, dirigirse a la otra orilla, aquella que a veces permanecía oculta por una niebla extraña y persistente. Otras veces se hablaban con los ojos, y la elocuencia de aquellos silencios, en su paradoja, resultaba extraordinariamente hermosa. Hablaban. Hablaban mucho. Y eso, como la presencia cercana del mar, ayudaba a templar la vida.

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