Alguna
vieja célula ubicada en sus papilas gustativas debió explotar sin ton ni son,
el caso es que su cerebro percibió un antiguo olor a maicena y, más tarde, degustó
otro aroma con sabor añejo: el de su propio corazón antes de que fuera
traspasado por las tentaciones, las aventuras y el goce. El sonido del tiempo
al retroceder produjo en él un delirio profundo difícil de explicar.
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